. ..::: Historias muy reales :::.. .

jueves, febrero 25, 2010

Enseñanza racinguista - 26-dic-2001

Siempre pensé que para saber ser feliz en la vida primero uno tiene que sufrir un poco, más que nada para valorar en toda su dimensión el hecho de llegar a esa cima tan ansiada, la felicidad.

¿Cómo puede uno determinar que esta siendo feliz si nunca antes estuvo triste? ¿cómo uno puede evaluar el grado de éxtasis que puede alcanzar una situación si nunca lloró por una tarde negra, por una injusticia por más subjetiva que sea?

Hoy me acuerdo de los fantasmales presagios de descensos y desapariciones, de aquellas tardes plomizas donde las ilusiones se morían en un rectángulo esmeralda con entusiastas hombres defendiendo mis colores y me congratulo de haber sido fuerte para soportar esas tormentas y seguir en pie.

No tengo remedio. Hoy que soy tan feliz, no puedo contenerme de rememorar una y otra vez tristezas que me llevaron al borde de la depresión, que me causaron bromas, rabietas y hasta lágrimas de impotencia desde las escalinatas del Coliseo de Cemento.

Como decía, ya sufrí bastante y sé que lo que estoy viviendo es lo máximo a que puedo aspirar hoy en día. Ser feliz por unos días, estirar cada sonrisa hasta la ambigua sensación de estar avergonzado de ser feliz en un mundo tan cruel como el que vivimos.

Quizás este estadío sea sólo un peldaño más dentro de la escalera hacia la cima, hacia la felicidad. Pero no puedo permitirme dudar a la hora de disfrutarlo. No tengo derecho siquiera a ser tan inconsciente de dejar pasar este momento en el torbellino cotidiano del presente.

Hoy me acuerdo de aquellas caras repetidas periódicamente, de los rostros colorados de la impotencia, de las voces roncas en busca de explicaciones y de las manos extendidas al cielo en busca de un motivo que justifica una derrota y siento que tengo el deber de ser feliz en honor al pasado y al sacrificio de sufrir durante tanto tiempo.



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