. ..::: Historias muy reales :::.. .

martes, diciembre 31, 2019

..:: Cerraste ::..

Se volvió a despertar de madrugada.
El viejazo lo volvía a hacer ir camino al baño. A oscuras y casi de memoria, caminaba lento y cuidadoso para no hacer ruido y no despertar a nadie en la casa.
Autómata se lavó la cara y, como un formalismo, atinó a ver de reojo su cara en el espejo antes de apagar la luz para volver a la cama. Giró a su izquierda para salir del baño y ya percibía una atmósfera al menos rara.
Apenas agarró el picaporte de la puerta del baño que lo comunicaba con el pasillo quedó petrificado. Algo pasaba, no cabía duda alguna. Tuvo la misma sensación que esa mañana del Día del Padre, cuando lo que parecía un simple corte de luz fue un tormento, aún hoy no clarificado, que afectó a millones en todo el país. Esa sensación extraordinaria tuvo.
Algo fuera de lo normal pasaba. No escuchaba los pájaros en el patio, ni a la perra ladrar o roncar como solía. Peor aún, el paso de los autos y colectivos de la avenida parecían silenciados también. Esa madrugada en Lanús parecía que el mundo estaba enmudecido.
Como esa mañana del apagón, pero más temprano y con más intrigas todavía, no titubeó en acercarse al ventanal de la casa que alquilaba. Corrió las cortinas grises de polvo y tiempo, esperó encontrar una respuesta, pero se le llenó el cerebro de preguntas.
El jardín estaba completamente inundado, y por debajo de la reja del frente se veía que la calle también tenía agua de bote a bote, como decían los abuelos.
Atinó a mirar al cielo. Todavía se veían las estrellas y la luna en cuarto menguante se iba apagando en un cielo absolutamente despejado.
¿Tanto llovió y no me enteré? Pensaba incrédulo, impávido, perplejo y ya no tan esdrújulo.
Abrió la puerta. Caminó chapoteando sobre el camino de laja y por sobre la reja estiró el cuello en puntas de pié para certificar, por si fuera necesario, que la calle estaba inundada. Agua hasta donde alcance la vista para un lado y para el otro. Y lo más llamativo era esa inquietante y absoluta soledad. Esa que hasta le generó la necesidad de meterse adentro aún acostumbrado a caminar el Docke, Once, Tres de Febrero y el conurbano profundo a cualquier hora.
Cerró la imponente puerta de madera del living. Caminó sobre el plastificado gastado pensando en preguntarle a primera hora al amor de su vida si había escuchado algo de lo consideraba un tormentón.
Lo único que precisaba ahora era terminar de transitar su vuelta a la cama sin tropiezos, en esa plena oscuridad que enceguecía pero que precedía al descanso nuevamente. Nunca nada fue perfecto en su vida, y este corto trayecto a transitar no sería la excepción. Casi por entrar al dormitorio algo no estaba bien.
Su rodilla derecha, la que tuvo tendinitis rotuliana en 2008 después de su mejor marca en medio maratón, rozó levemente la manivela plástica del pata pata de Lupita que estaba en medio de su camino. Apenas sintió el contacto supo que era. Pero no le dio importancia porque el roce fue eso, un leve toquecito. Su pie izquierdo avanzaba para dar el paso siguiente cuando el estruendo lo sorprendió y sobresaltó a la casa entera. El pata pata, después de una lenta inclinación, posterior pérdida de equilibrio y caída, tiró la caja del dominó al piso y despertó a toda la familia.
Los más chicos se dieron vuelta y durmieron de nuevo enseguida, Lupe tardó un poco más, pero también cayó rendida gracias al esfuerzo maternal de la mejor madre del mundo.
Ya en la cama, lógicamente pidió disculpas, abrazó a su mujer y después de recibir la puteada de rigor por el susto, se animó valiente a contarle lo que vivió esa madrugada donde todo Lanús estaba paralizado y bajo el agua. No hizo tiempo de evaluar su expectativa desmedida. No iba a ser tratado como un héroe, ni como un corajudo padre de familia. Solo atinó a escuchar bajo las sábanas una pregunta… “¿anoche no cerraste la manguera no?”.



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