..:: Cerraste ::..
Se volvió a despertar de madrugada.
El viejazo lo volvía a hacer ir camino al baño. A oscuras y
casi de memoria, caminaba lento y cuidadoso para no hacer ruido y no despertar
a nadie en la casa.
Autómata se lavó la cara y, como un formalismo, atinó a ver
de reojo su cara en el espejo antes de apagar la luz para volver a la cama.
Giró a su izquierda para salir del baño y ya percibía una atmósfera al menos
rara.
Apenas agarró el picaporte de la puerta del baño que lo
comunicaba con el pasillo quedó petrificado. Algo pasaba, no cabía duda alguna.
Tuvo la misma sensación que esa mañana del Día del Padre, cuando lo que parecía
un simple corte de luz fue un tormento, aún hoy no clarificado, que afectó a
millones en todo el país. Esa sensación extraordinaria tuvo.
Algo fuera de lo normal pasaba. No escuchaba los pájaros en
el patio, ni a la perra ladrar o roncar como solía. Peor aún, el paso de los
autos y colectivos de la avenida parecían silenciados también. Esa madrugada en
Lanús parecía que el mundo estaba enmudecido.
Como esa mañana del apagón, pero más temprano y con más
intrigas todavía, no titubeó en acercarse al ventanal de la casa que alquilaba.
Corrió las cortinas grises de polvo y tiempo, esperó encontrar una respuesta,
pero se le llenó el cerebro de preguntas.
El jardín estaba completamente inundado, y por debajo de la
reja del frente se veía que la calle también tenía agua de bote a bote, como
decían los abuelos.
Atinó a mirar al cielo. Todavía se veían las estrellas y la
luna en cuarto menguante se iba apagando en un cielo absolutamente despejado.
¿Tanto llovió y no me enteré? Pensaba incrédulo, impávido,
perplejo y ya no tan esdrújulo.
Abrió la puerta. Caminó chapoteando sobre el camino de laja
y por sobre la reja estiró el cuello en puntas de pié para certificar, por si
fuera necesario, que la calle estaba inundada. Agua hasta donde alcance la
vista para un lado y para el otro. Y lo más llamativo era esa inquietante y
absoluta soledad. Esa que hasta le generó la necesidad de meterse adentro aún
acostumbrado a caminar el Docke, Once, Tres de Febrero y el conurbano profundo
a cualquier hora.
Cerró la imponente puerta de madera del living. Caminó sobre
el plastificado gastado pensando en preguntarle a primera hora al amor de su
vida si había escuchado algo de lo consideraba un tormentón.
Lo único que precisaba ahora era terminar de transitar su
vuelta a la cama sin tropiezos, en esa plena oscuridad que enceguecía pero que
precedía al descanso nuevamente. Nunca nada fue perfecto en su vida, y este
corto trayecto a transitar no sería la excepción. Casi por entrar al dormitorio
algo no estaba bien.
Su rodilla derecha, la que tuvo tendinitis rotuliana en 2008
después de su mejor marca en medio maratón, rozó levemente la manivela plástica
del pata pata de Lupita que estaba en medio de su camino. Apenas sintió el
contacto supo que era. Pero no le dio importancia porque el roce fue eso, un leve
toquecito. Su pie izquierdo avanzaba para dar el paso siguiente cuando el
estruendo lo sorprendió y sobresaltó a la casa entera. El pata pata, después de
una lenta inclinación, posterior pérdida de equilibrio y caída, tiró la caja
del dominó al piso y despertó a toda la familia.
Los más chicos se dieron vuelta y durmieron de nuevo
enseguida, Lupe tardó un poco más, pero también cayó rendida gracias al
esfuerzo maternal de la mejor madre del mundo.
Ya en la cama, lógicamente pidió disculpas, abrazó a su
mujer y después de recibir la puteada de rigor por el susto, se animó valiente
a contarle lo que vivió esa madrugada donde todo Lanús estaba paralizado y bajo
el agua. No hizo tiempo de evaluar su expectativa desmedida. No iba a ser
tratado como un héroe, ni como un corajudo padre de familia. Solo atinó a
escuchar bajo las sábanas una pregunta… “¿anoche no cerraste la manguera no?”.
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