. ..::: Historias muy reales :::.. .

viernes, junio 30, 2006

Escuchando por la ventana (11-04-2001)

Desde chico, mejor dicho, desde que tengo uso de razón y puedo elaborar algún tipo de recuerdo, siempre, pero siempre tuve a Racing en lo más alto de mi escala de valores.
¿Será porque nací en Avellaneda y pasé el noventa y cinco por ciento de mi infancia en el club (el cinco por ciento restante estaba en el colegio) o porque es tan sacrificado ser de la Academia que le encontré esa veta como para pegarme a estos colores?.
Creo que nunca lo supe, ni jamás voy a tener una razón en mis manos que pase al menos cerca de la realidad.
De todos modos creo que es una cosa bastante extraña lo que se siente por el club. No pienso caer en los típicos clishes que hablan de sentimientos inexplicables y otras yerbas. Aunque debo reconocer que tuve un período dentro de mi adolescencia más pura, entre los diecisiete y los diecinueve años, en el que me dedicaba exclusivamente a sobrevivir durante los días de la semana que precedían al domingo.
Estaba hecho un zombie, casi, casi un energúmeno pero, eso sí, nunca fui un barra brava, ni nada semejante. No porque me faltara violencia, ni (como dicen ellos) aguante, sino por el simple hecho que esas actitudes me parecían tan inmaduras como robarse una lata de gaseosa en el medio de la popular.
El fanatismo, por llamarlo de alguna manera, pasa por otro lado.
Yo me alegro tanto cuando casi a la medianoche vuelvo de estudiar y mi abuela me espera todavía despierta para decirme como salió el partido adelantado. Pero debo confesar que me alegra más cuando con su tono chinchudo putea en contra de los tipos esos.
Creo que a ella se le pegó la locura que tenía mi abuelo por el club. A él lo conocía todo el barrio y no había nadie que pudiera hablar mal de él, es más, mucha gente se paraba a charlar con mi abuela, cuando aún era chico y hacía mandados con ella, para saludarla y decirle lo tan parecido que era yo con mi abuelo.
Yo sin conocerlo, me siento tan orgulloso del Tata que cada vez que paso frente a su retrato en el comedor de casa le hablo mentalmente como si él pudiera escucharme, cosa que no dudo que en alguna parte hace con sumo cuidado. Y claro, como no lo iba a escuchar a “su” Pancho, tal como él quería nombrarme al nacer.
Una de las leyendas que llegaron a mis oídos hablan sobre una jugada en un partido donde el Tata jugaba descalzo y no tuvo otra opción que parar al centro forward adversario con una patada con el dedo gordo sobre el tobillo del otro tipo, que terminó revolcado por el piso buscando ponerle fin a su dolor.
¡Qué pena que no pude conocerlo! Hubiese sido genial ir a la cancha con él, pero ahora no me quejo cuando voy con mi viejo, aunque él ya está yendo a la platea de vitalicios hace un tiempo.
Ese creo que es el lazo que me une con el Tata: la relación con mi viejo, pero sobre todo el sentimiento de pertenencia con el club. Eso de no importarte simplemente el resultado del fútbol, sino el estado social del club y de todos los que lo usamos.
No creo que mi hijo, si es que tengo la bendición de tener un primogénito, pueda escapar a estas tres generaciones de enfermedad albiceleste que se expande para los costados con mis hermanos y sus respectivas familias.
La verdad que nunca me puse en el lugar del otro, de aquel que no sabe lo que siento, pero si me detengo un segundo a pensarlo, creo que tienen toda la razón al llamarme loco. Con solo decirte que un lunes de invierno me pase una hora y media en el baño de la oficina simplemente porque desde ahí se podía escuchar la radio que transmitía el partido que había sido postergado por la lluvia del domingo, o aquella vez que volviendo de la facultad y bajo la lluvia grite un gol en el medio de la avenida Corrientes porque pasó un taxi con el volumen del Goooool llegando a mis oídos (lástima que ese era el descuento de un 3 a 1 lapidario en cancha de Estudiantes).
Soy mucho de hacer esas cosas. De no tener ganas de ir a la cancha porque “no me interesa sólo el fútbol” del club, pero después me mato por tratar de averiguar como terminó el partido o cuanto falta para que termine. Realmente no sé que es peor. Si sufrir adentro del estadio o morderme el último rincón del alma tratando de saber lo antes posible como terminó el encuentro.
Realmente, y a modo de síntesis, estoy más que seguro que la relación afectiva que cualquier mortal puede tener con un ente tan abstracto como un club no es más ni menos que la extensión en el tiempo de los lazos que unen a los seres queridos y a aquellos momentos memorables que te roban una sonrisa cuando más lo necesitas. El club es aquello que determina paralelamente como será tu vida en el mundo real.



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