. ..::: Historias muy reales :::.. .

martes, julio 12, 2011

Enseñanzas

Costa Atlántica, Villa Gessel. En medio del viento marino, entre la madrugada y la mañana, sobre la arena y a dos kilómetros del centro de la ciudad. Con los pies descalzos y el agua helada en los tobillos. Segundo domingo de noviembre. 06:15 AM. El sol todavía hacía fuerza por asomarse en el horizonte atrás de toda esa inmensidad de agua salada, escapando de la luna o persiguiéndola incansablemente. El tiempo se detuvo. Fueron minutos enteros en blanco y negro. 3, 2, 1… la sirena despertó a la multitud. Todos al agua. Una inmersión sin titubeos que quitó el suspiro de todos hasta que las pulsaciones subieron. Manotazos y puntapiés involuntarios, pero no exentos de dolor. Dos mil metros de concentración, agua salada y ganas de disfrutar. Expertos y principiantes sufriendo hipotermia. Pero lo más duro ya había pasado: las madrugadas pedaleando en la oscuridad de los amaneceres invernales antes de ir a trabajar; los mediodías literalmente al trote para lograr hacer pasadas de velocidad, o lo que tocaba ese día, en el horario de almuerzo y las noches frías saliendo del natatorio sin sentir los brazos. Casi sin pensarlo, ya estábamos fuera del agua y arriba de la bicicleta. Nunca imaginé que alimentarse y tomar líquidos sobre dos ruedas y a 33 km/h iba a ser tan habitual. El zumbido del viento y los 90 km sobre el asfalto de las rutas atlánticas no podrían sacarme de la cabeza la cara de mi hija y mi mujer cada vez que volvía de entrenar. Era hora de imaginarlas al momento de cruzar la meta, pero para eso todavía restaban 21 km que iban a sufrir las zapatillas debajo de mis pies. El momento en el que, como dice Haruki Murakami, las piernas corren solas. Ya era el mediodía, y cuando todos preparaban el almuerzo del domingo, nosotros saboreábamos cualquier gota de agua que se nos cruzaba como si fuese el elixir más preciado. El cronómetro justificaba el desgaste corporal. Algún dolor impensado trataba de sacarnos del eje. Ya íbamos por las 5 horas de carrera. Era tiempo de festejar y disfrutar finalmente de lo que fuimos a buscar. Era tiempo de lágrimas de emoción. Tiempo de recordar las caídas de aquel principiante que quiso sostenerse en un pelotón de expertos. Tiempo de volver a pensar en los objetivos que parecían lejanos y que allí se estaban cumpliendo. Tiempo de compartir esas sensaciones con todos los compañeros de ruta. Todos queríamos lograr algo. Algo que a priori era imposible. Todos queríamos llegar, lograr un objetivo, para demostrarle a la familia, a los amigos, a los incrédulos y a los curiosos que con sacrificio, dedicación, disciplina, pasión, trabajo en equipo y compañerismo todo se puede lograr. Y eso es lo que trato de hacer cada uno de mis días. Lograr objetivos de vida con las enseñanzas del triatlón.



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