. ..::: Historias muy reales :::.. .

viernes, junio 30, 2006

Escuchando por la ventana (11-04-2001)

Desde chico, mejor dicho, desde que tengo uso de razón y puedo elaborar algún tipo de recuerdo, siempre, pero siempre tuve a Racing en lo más alto de mi escala de valores.
¿Será porque nací en Avellaneda y pasé el noventa y cinco por ciento de mi infancia en el club (el cinco por ciento restante estaba en el colegio) o porque es tan sacrificado ser de la Academia que le encontré esa veta como para pegarme a estos colores?.
Creo que nunca lo supe, ni jamás voy a tener una razón en mis manos que pase al menos cerca de la realidad.
De todos modos creo que es una cosa bastante extraña lo que se siente por el club. No pienso caer en los típicos clishes que hablan de sentimientos inexplicables y otras yerbas. Aunque debo reconocer que tuve un período dentro de mi adolescencia más pura, entre los diecisiete y los diecinueve años, en el que me dedicaba exclusivamente a sobrevivir durante los días de la semana que precedían al domingo.
Estaba hecho un zombie, casi, casi un energúmeno pero, eso sí, nunca fui un barra brava, ni nada semejante. No porque me faltara violencia, ni (como dicen ellos) aguante, sino por el simple hecho que esas actitudes me parecían tan inmaduras como robarse una lata de gaseosa en el medio de la popular.
El fanatismo, por llamarlo de alguna manera, pasa por otro lado.
Yo me alegro tanto cuando casi a la medianoche vuelvo de estudiar y mi abuela me espera todavía despierta para decirme como salió el partido adelantado. Pero debo confesar que me alegra más cuando con su tono chinchudo putea en contra de los tipos esos.
Creo que a ella se le pegó la locura que tenía mi abuelo por el club. A él lo conocía todo el barrio y no había nadie que pudiera hablar mal de él, es más, mucha gente se paraba a charlar con mi abuela, cuando aún era chico y hacía mandados con ella, para saludarla y decirle lo tan parecido que era yo con mi abuelo.
Yo sin conocerlo, me siento tan orgulloso del Tata que cada vez que paso frente a su retrato en el comedor de casa le hablo mentalmente como si él pudiera escucharme, cosa que no dudo que en alguna parte hace con sumo cuidado. Y claro, como no lo iba a escuchar a “su” Pancho, tal como él quería nombrarme al nacer.
Una de las leyendas que llegaron a mis oídos hablan sobre una jugada en un partido donde el Tata jugaba descalzo y no tuvo otra opción que parar al centro forward adversario con una patada con el dedo gordo sobre el tobillo del otro tipo, que terminó revolcado por el piso buscando ponerle fin a su dolor.
¡Qué pena que no pude conocerlo! Hubiese sido genial ir a la cancha con él, pero ahora no me quejo cuando voy con mi viejo, aunque él ya está yendo a la platea de vitalicios hace un tiempo.
Ese creo que es el lazo que me une con el Tata: la relación con mi viejo, pero sobre todo el sentimiento de pertenencia con el club. Eso de no importarte simplemente el resultado del fútbol, sino el estado social del club y de todos los que lo usamos.
No creo que mi hijo, si es que tengo la bendición de tener un primogénito, pueda escapar a estas tres generaciones de enfermedad albiceleste que se expande para los costados con mis hermanos y sus respectivas familias.
La verdad que nunca me puse en el lugar del otro, de aquel que no sabe lo que siento, pero si me detengo un segundo a pensarlo, creo que tienen toda la razón al llamarme loco. Con solo decirte que un lunes de invierno me pase una hora y media en el baño de la oficina simplemente porque desde ahí se podía escuchar la radio que transmitía el partido que había sido postergado por la lluvia del domingo, o aquella vez que volviendo de la facultad y bajo la lluvia grite un gol en el medio de la avenida Corrientes porque pasó un taxi con el volumen del Goooool llegando a mis oídos (lástima que ese era el descuento de un 3 a 1 lapidario en cancha de Estudiantes).
Soy mucho de hacer esas cosas. De no tener ganas de ir a la cancha porque “no me interesa sólo el fútbol” del club, pero después me mato por tratar de averiguar como terminó el partido o cuanto falta para que termine. Realmente no sé que es peor. Si sufrir adentro del estadio o morderme el último rincón del alma tratando de saber lo antes posible como terminó el encuentro.
Realmente, y a modo de síntesis, estoy más que seguro que la relación afectiva que cualquier mortal puede tener con un ente tan abstracto como un club no es más ni menos que la extensión en el tiempo de los lazos que unen a los seres queridos y a aquellos momentos memorables que te roban una sonrisa cuando más lo necesitas. El club es aquello que determina paralelamente como será tu vida en el mundo real.

lunes, junio 26, 2006

Con el mozo como propina (12-02-2001)

Ella era divina, de esos amores que te marcan a fuego, de los que no podés olvidarte jamás.
Y fue tan así que, como no pude olvidarme, después de varios meses sin vernos por decisión suya, la seguí llamando.
Muchos me dijeron que era gastar pólvora en chimangos, pero yo, fiel a mi mismo, seguí sin que me importe demasiado el “Boludo” con el que me tildaban mis amigos y aquellos que sabían de esta historia.
Fueron varias decenas de llamadas y no fueron miles porque muchas se ahogaron antes que el último número se termine de discar.
Muchas veces llamé a escondidas para ver si de esa manera tentaba la suerte y lograba un mísero Si, pero otras ni siquiera se las comentaba a Pablo porque la derrota era humillante.
Me pasaba los días, las noches y madrugadas pensando en ella, en todo lo que viví en tan poco tiempo y en sus oyuelos cuando reía.
Pero bueno, yo si hay algo que siempre supe fue perder, así que cada vez que llamaba desempolvaba el traje de perdedor y me aprestaba a escuchar el ya clásico “y... no sé, cualquier cosa hablamos” que todavía me retumba en los oídos.
Probé de todo. Desde invitaciones al cine, pasando por cafés y hasta viajes a Colonia, pero nunca pude tentarla aunque sea para poderla ver.
Ya super entregado a mi destino terminé yendo de vacaciones a la triste Mar del Plata en lugar del viaje a la Patagonia que tenía planeado hacer con ella.
Mis amigos se la pasaron de joda, encaraban chicas a diestra y siniestra y yo miraba como la arena se me escurría entre los dedos como máxima diversión del verano.
Los días de descanso pasaron lentos, como si fueran más largos que los demás, pero yo seguí firme junto a ese pensamiento absurdo que me hizo discar larga distancia sin éxito en varias ocasiones.
El regreso fue somnífero, casi irreal. De nuevo estaba geográficamente cerca, pero sentimentalmente igual de lejos que antes.
Fue obvio el momento, era cantado que los primeros ocho números que marcaría en Buenos Aires iban a ser los que me hacían escucharla. Y también cayó de maduro su respuesta.
Pero esa vez, no me pregunten porqué, pero tuve una millonésima de segundo de lucidez y le dije “...bueno, yo sigo esperando” como quien acepta su fatal destino sin ganas siquiera de luchar.
Con la voz quebrada ante ese nuevo fracaso, de los cuales ya tendría que estar acostumbrado, me despedí y vi como el tubo del teléfono se aproximaba en cámara lenta sobre la orquilla.
Nuevamente en el mundo real, levanté la cabeza y pude ver como de la nada se me erizó la piel, al tiempo que el frío chillar del teléfono logró helarme la sangre por un instante.
Era ella.
Me dijo que aceptaba la invitación. Objetivamente y viendo la escena desde afuera, la charla sonó como un “Bueno pibe no llores más”, pero a mi me pareció la victoria más resonante de Racing en los últimos diez años.
Obviamente a partir de ese momento quedé hecho un marmota, miraba el reloj cada 3 minutos y fui al baño más veces que en toda la semana.
En una de mis expediciones fisiológicas instintivamente palpé los bolsillos del pantalón y, tal como fue mi costumbre desde siempre, consulté al azar para darme valor.
“¿Esa noche iba a ser buena o mala?” Fue la pregunta lascerante que tiré al viento en el pasillo solitario. Seguidamente revoleé la moneda con destreza, sentí el delicado sonido que emitían sus giros al pasar en su vuelo ascendente frente a mi cara y mientras caía con ayuda de las leyes descubiertas por Newton interrumpí su vuelo con la palma de la mano derecha mirando el cielo, cerré el puño y luego de un giro descubrí la Verdad.
La Casa de Tucumán de esa moneda de cincuenta centavos me dio el soplo de aire fresco que más me recordó a los vientos patagónicos.
Según la divinidad de esa moneda todo iba a estar todo bien en esa noche, por primera vez en mucho tiempo los números impares y las cecas de las monedas me permitían una esperanza.
Sin dudarlo, decidí guardar la moneda y dejar para otra oportunidad la “confirmación” de la respuesta. No sabía que hacer, pero sentía una gran felicidad interior simplemente porque esa moneda cayó de un lado y no del otro.
Como casi siempre acepté que ella pusiera el lugar y la hora. Nos ibamos a encontrar en La Diva de Lanús, en el mismo lugar donde nos conocimos. Yo seguía navegando cual Aladino, pero en una nube de pedo. Estaba colgado por demás y lo peor de todo era que se me notaba demasiado.
Sin dudarlo, fui hasta casa a buscar la Falconeta que nuevamente relucía de gloria, me puse un jean común como para disfrazar la cita como una más, restandole un poco de importancia, y me dispuse a partir hacia Lanús.
En el camino miré el reloj desesperado sin buscar puntualidad, sino esperando que el tiempo pase pronto hasta las ocho de la noche y que se detenga ahí, o al menos que corra con menos vértigo.
Gracias a Dios llegó el momento tan esperado. Después de mucho tiempo volví a ver esos oyuelos con los que soñaba, esas manos que en algún momento ya casi legendario me acariciaron tiernamente. Eran las ocho en punto.
El camino desde la Falconeta hasta La Diva fue una tortura, tenía miedo que todo o que algo saliera mal. Muchas veces más de las necesarias hice un chequeo primario, casi pre-cámbrico diría, buscando que el cierre del pantalón estuviera cerrado.
Después pensé en la caja de alfajores que había llevado como obsequio. No quería que el chocolate se derrita, ni que la bolsa se arrugue, ni que la caja se golpee y mucho menos que se note que los alfajores no eran de Mar del Plata, sino del shopping de Avellaneda.
Cada paso era pensar en una posible tragedia que desencadene en un papelón y consiguiente fracaso después de luchar tanto tiempo por volverla a ver.
Ya adentro de la pizzería el corazón volvió a latir después que palpé el bolsillo y encontré la moneda divina que decidí llevar como amuleto.
Ese mismo corazón agitado me guió, sin miramientos, a la planta alta, donde nos conocimos con ella.
También casi sin pensarlo, mientras subí la escalera dirigí la mirada hacia la mesa que compartimos aquella primera vez, quizás haya sido simplemente para recordar, pero gracias a Dios a medida que pisaba escalones se iba descubriendo su pelo, su mirada, su boca y finalmente sus manos.
Era un sueño, después de tanto tiempo volverla a ver.
Le dije un hola muy casual, casi sin importancia para disimular los nervios y seguidamente le dí los alfajores como había quedado con ella.
Me senté en la mesa que me recordaba irremediablemente a la primera cena con ella, charlamos largo y tendido sobre cosas superfluas como para pasar el rato y llegar al momento de hablar de cosas serias.
Ella tomó una Sprite, yo tuve ganas de salir y caminar de su mano, pero supo mantenerme ahí adentro mientras charlamos sobre pavadas sin importancia.
Ya había pasado un tiempo prudente cuando le pregunté si quería comer algo. Ella eligió rabas y yo una omelette al estilo Sostiene Pereira. Comimos y cuando ya no había más que ingerir busqué el momento propicio para iniciar mi “ofensiva” sentimental.
Créanme que apenas dije algo referido al tema que me hacía transpirar las manos, ella supo sortearlo con maestría. “Cambiemos de tema” dijo fría, sin inmutarse.
Yo resignado volví a mi postura clásica de perdedor. La palma de la mano derecha sostuvo mi cabeza inclinada casi a noventa grados desde la mejilla como las muletas que solía utilizar en sus obras el gran Salvador Dalí.
Seguí escuchando cortesmente para no quedar como un guarro, pero realmente no tenía muchas ganas de seguir allí sentado.
Cuando los relatos sobre las penurias de su trabajo y las alegrías de su sobrina recién nacida terminaron insinué un “¿vamos?” con clásico cabeceo de quien quiere huir de algún lugar incómodo.
Ella aceptó y ahí fue cuando vi un resquicio. Sería un gran momento volver a transitar la avenida Hipólito Yrigoyen con la Falconeta y ella a mi lado. Pero como mi vida, precisamente no esta hecha de esos “grandes momentos” creo que la esperanza me duró doce segundos, hasta que ella se encargó de aclararme que se iba en tren.
Muy delicada como siempre, se excusó para ir hasta el toilette. Apenas quedé solo en la mesa lo primero que pensé fue “¿Esto cuanto me saldrá?” sabiendo que no podía permitir que ella desembolse un solo peso esa noche.
Acto seguido, urgué en mi billetera y encontré unos dieciséis míseros pesos. Palpé mis bolsillos y tenía una moneda de un peso junto con la bendita moneda de cincuenta centavos.
Antes que ella llegue pedí la cuenta para buscar alguna manera de zafar en caso de que la suma a pagar supere mi efectivo disponible.
Ella volvió y logró hipnotizarme nuevamente, detrás de ella llegó el mozo con el papelito y las letras azules de la tradicional caja registradora IBM.
El total ascendía a diecisiete pesos. Por un instante creo que el mundo se paró cuando llegué a leer el uno junto con el siete al pie del pequeño papelucho.
Obviamente saqué la billetera, la dejé vacía y metí la mano en el bolsillo derecho del pantalón. Saqué el peso junto con la moneda que me dio tantas alegrías antes de llegar. Dudé un segundo en el momento de pagar, sería una injusticia abandonar a mi compañera de dos caras. Pero esa fue una muestra más de la paradoja de la vida.
Es tan fácil ilusionarse con cosas simples como encontrar dos monedas de cincuenta centavos en el bolsillo de las propinas de un mozo.

Ya en el andén del eléctrico hacia Glew no aguante más, le pedí disculpas de antemano por hacerla sentir incómoda y le dije una andanada de sentimientos que me aplastaban el corazón contra el espinazo.
“Te extrañé, te extraño y seguramente te seguiré extrañando” le dije, al tiempo que la miraba con cara de perro callejero, sabiendo que no iba a lograr conmoverla.
Lo único que logré fue que el tren llegara aparentemente más rápido que lo de costumbre y que ella se fuera con un beso como si despidiera a un amigo que no ve hace tiempo.

Lo único que sé (14-02-2001)

No sé en que momento de mis sueños apareciste
No sé que mérito hice para que me aprecies tanto
Ni sé que habrás visto en mi para quererme (aunque sea un poquito)
No tengo idea de cómo te encontré
No sé porque todo se dio así, tan rápido
Y muchos menos sé porque tardamos tanto en encontrarnos
Lo único que sé es que me encantaste desde que te vi y que si fuera por mi, hoy dejaría todo para estar cerca tuyo todo el tiempo.

No sé por cuanto tiempo el destino nos unió
Ni sé si realmente fue él quien nos juntó
No sé quien se asustará primero
Ni sé si alguien se va a asustar
Lo único que sé es que no Te quiero asustar, no Me quiero asustar y ojalá cuando estemos juntos el tiempo no se acabe jamás.

No sé que habrá pasado en tu cabeza
No sé si me habrás visto bien con esos ojos
No sé si tu alma vibró como la mía
Ni sé si quererte tanto es poco
Lo único que sé es que el corazón me retumba como un tambor, me pide estar cerca tuyo y quiere que estemos de la mano por mucho tiempo.

No sé si es lo correcto
No sé si te va a gustar
No sé si te aburriste
Ni sé como lo tomarás
Lo único que sé es que escribiendo
puedo ser más claro con lo que siento
y con lo que te quiero contar.

Lejanías (07-05-2002)

Siempre me pregunté que era preferible,
si admirar la belleza de un pájaro posado
o contemplar el espectáculo
que genera su vuelo por los buenos aires.

Sin dudas esta dicotomía genera circunstancias
muy interesantes que, a su vez, producen en mi
una sensación más que extraña.

¿cómo evitar disfrutar de su belleza sin pensar
que el sol que lo ilumina se apaga cada día?

¿cómo admirar su vuelo en las alturas
sin tener en cuenta que más pronto que tarde
se irá del alcance de mi vista?

¿cómo hacer para ver los detalles sin conocer
que estando muy cerca se irá espantado?

¿cómo querer igualar su tránsito por el cielo
sin tener alas para elevarme?

¿cómo pretender frenar su vuelo
o detenerlo a mi lado si no es su voluntad?

En definitiva, todas estas preguntas que me hago
me dan una sola respuesta: “Disfrutá de su cercanía
mientras así permanezca y en cuanto se vaya
alimentá su vuelo porque esa es su voluntad
y quizás de ese modo puedas disfrutar por vos y por él”

Mar del Plata (24-01-2001)

¿cómo describir el ruido de una ola?
¿cómo describir los colores nuevos?
¿cómo describir el olor a lluvia?
¿cómo decirte cuanto te extraño y añoro aún sin tenerte?
¿cómo hacer para soñarte sin saber si existís?
¿cómo hacer para buscarte sin saber por donde estás?
¿cómo esperar el cielo detrás de una tormenta?
Viendo el horizonte negro, que como dicen los viejos
Con un poco de viento y paciencia se despeja.

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No hay diferencias entre los humanos frente a algunas cosas
A todos nos moja el agua
A todos nos da frío estar desnudos
Todos quedamos aturdidos al oír una explosión
Pero hay algo que no puedo dejar de pensar,
¿cómo hago para arreglar mi corazón?

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No es tan compleja la vida, no consiste en dimes y diretes, ni movimientos de ajedrez, es solo vivir lo que sientas y tratar de serte fiel.
No hay que buscar cosas raras, no dobles interpretaciones, la vida es sencilla y la tenés ahí, al alcance de la mano, pasando por frente tuyo.
¿Por qué preocuparte si tenés o no el tipo que buscás?, agradecé si es que hay otro tipo que te quiere por más malo que sea, hoy por hoy, en este mundo absurdo, yo no rechazaría ni la más mínima muestra de afecto que te brinden.
En esta vida de saludos no correspondidos, de miradas inquisidoras buscando algo más que un tipo que sacude la mano con los dedos extendidos. Si hasta los barrenderos te desprecian los Buenos Días
¿esto es para mí? Si hasta los perros me esquivan ¿esto es para mí?

Delirios (01-07-2004)

Esta sociedad perdió el valor de las amistades. Todos estamos encapsulados en nuestros problemas, en solucionar nuestros propios dramas y nos olvidamos de los demás. Vivimos con tanto vértigo que nos olvidamos lo que decimos apenas terminamos de pronunciar las palabras, nos olvidamos de nuestras alegrías y no disfrutamos lo suficiente de ellas.

Estamos rodeados de formulismos huecos en todos y cada uno de los minutos de nuestra vida.
Ante cualquier persona saludamos diciendo ¿cómo le va? Sin importarnos si responden o no, y en caso de que lo hagan, ¿alguien espera más que un “bien, bien” absolutamente de compromiso?
Hacé el ejercicio: cuando te pregunten ¿cómo van tus cosas? Contesta con un corto y sintético Mal.

Cambia la esencia (12-02-2002)

Días pasados surgió una curiosidad casi insalvable que revolotea en la cavidad craneana que sostienen mis hombros ¿cómo podré expresar los momentos en los cuales la existencia modifica sustancialmente la esencia de las cosas y de las personas? Esos momentos críticos que generan cambios únicos, hitos en la existencia de los objetos y los individuos que no son observados simplemente, sino que se perciben desde lejos… con el paso del tiempo y realizando una visión macro analítica que engloba lapsos y hechos globales.

En general, los fracasos me conmueven más que los éxitos ¿será que me conmoví demasiado frecuentemente en mi vida o que no logré divisar los triunfos que pude haber logrado? Sea como sea, parece que los logros que pude haber obtenido no han repercutido en mi de la manera que todo el mundo cree. No me han enseñado otra cosa más que a agudizar la capacidad asombro y comprobar que hay veces donde Dios (o como se llame) mete la mano para certificar que está ahí, ocupado en otras cosas, pero está.
En cambio los fracasos me mueven, me enseñan, por ello no titubeo en autocatalogarme como un gran alumno de la derrota, que nunca va egresar y recibirse de piola o de ganador. Y es posible que allí radique mi aptitud para recibir golpes más a menudo de lo que quisiera.
Pero volviendo a la existencia que cambia la esencia…
¿qué sería de un cuerpo sin alma? Menos que un animal,
¿de un frigorífico sin carnes? Una heladera gigante,
¿de una biblioteca sin libros? Estanterías para poner ropa,
¿de las canastas sin pan? Cunas para boludos grandotes,
¿de los libros sin palabras? Hojas blancas encuadernadas,
¿del poeta sin poesía? Un loco común y silvestre,
¿de un corazón sin amor? Otro músculo más del cuerpo,
¿de una zapatilla sin suela? Menos que una media,
¿del reloj sin sus agujas? Una pulsera ordinaria,
¿de un cartero sin cartas? Otro de los caminantes de este mundo,
¿de la eternidad sin tiempo? Una gran mentira,
¿de estas líneas sin tu atención? Más minutos a la basura en esta vida…

viernes, junio 23, 2006

Canción de cuna

Estrellas brillantes del cielo caerán, ya puedes dormir porque ellas te cuidarán.
La luna es tan blanca, parece algodón y acaricia al niño de esta canción.
Que duermas bien mi niño, que puedas ser felíz...
La luna y las estrellas hoy cuidarán de ti.

Y por la mañana te despertará el amigo sol que contento te besará.
Tendrás todo el día para ir a jugar, ahora duerme bien... hay que descansar.

(jaf)

jueves, junio 15, 2006

A mi corazón (27-02-2001)

Cielo negro y tormentoso, sin pronósticos alentadores.
El sol se asoma tímido en el firmamento y desde un costado te quiere acompañar.
Vos pescando fracasos, ¿adonde te pensas que vas?
Seguís siendo el mismo de siempre, y creéme
Que veo difícil que algún día vayas a cambiar.

No me digas que no pensaste
En patear el tablero y mandarte a mudar
Cualquier cosa pedí que te rescate
Yo voy a saber como te voy a salvar

No es tan compleja la vida
Seguro muchos te dirán
Para eso está tu otra vida
La que jamás nadie conocerá

Tus historias, tus secretos,
tus recuerdos, Tus cicatrices
y las heridas que están abiertas
que no sé si podrás cerrar

El alma sigue estando en pena
Nunca se va a olvidar
Que seguís siendo el mismo
Terco y cabeza dura sin igual

Espero sinceramente que algún día aprenderás
De aquel tipo valiente que sigue corriendo de atrás,
Que la lucha todo el tiempo y no para a descansar

Sos un corazón noble, no me vayas a abandonar
Yo sigo siendo de roble, bastante duro para quebrar
Pero no te aflijas, que aunque estorbe
Siempre te voy a acompañar.

A vos Combatiente… (09-07-2002)

Siempre recuerdo la euforia con que vivimos en mi casa aquel abril que me encontró con 6 años recién cumplidos…
Me acuerdo de la panza de mi vieja abrigando a mi hermano que llegó el 10 justo cuando la plaza apoyaba al borracho…
Tengo clarita la imagen de mi abuela tejiendo bufandas verdes a destajo para vos y embalando cantidades de chocolate Aguila en cajas que reventaban con la utopía de templarte un poco las tripas en el medio del Atlántico Sur…
Me acuerdo de 60 minutos y el “estamos ganando” de cada mañana antes de ir al colegio…
Es raro, porque en esa época y siendo un pibe todavía, me acuerdo muy clarito de dos palabras “Super Etendart”…
Tengo presente a Nicolas Kazansew, o como demonios se escriba…
Pero por sobre todas las cosas, hoy, mucho tiempo después, me acuerdo de vos; de tu sacrificio; de los libros que devoré en este tiempo y que me hablaban de pies de trincheras, esquirlas, temperaturas bajo cero e improvisaciones.
Ingenuamente pienso ¿cómo puede ser que yo apenas en primer grado me haya dado cuenta de lo que ustedes hicieron y el resto de los “adultos” no lo tengan en cuenta?
¿Cómo no valoramos como sociedad a hombres hechos de apuro, que fueron tirados a los leones apenas con un FAL en las manos y algunos valientes en Mirage?
Para colmo mirás a la gente grande, referencia constante en todo crecimiento, y tampoco tenes una respuesta que te convenza.
Mi hermano se iba a llamar Malvinas Soledad si nacía nena, cuantos habrán hecho lo mismo y sin embargo quieren olvidarse de lo que pasó.
Creeme hermano que hoy después de toda el agua que pasó bajo el puente yo no me olvido de vos y valoro tu experiencia.
Yo te tengo presente y sé la que pasaste.

Cuando el tiempo borre esta neblinosa capa de hipocresía que idiotiza la razón vas a sentir que la generación Malvinas va a saber reconocerte el sacrificio que hiciste por nosotros.



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